Marcha por el asesinato de Andrea |
Despedida de Silverio Cavazos |
Manifestación por sacerdote asesinado |
Despedida de Alitzel |
Hace
tiempo venía pensando en cómo retomar estas notas colimotas, este
blog/pretexto para mapear las algunas de las transformaciones
socioculturales que se experimentan en Colima. No ha sido fácil, en
parte por indecisión, pero también por una acumulación de
fenómenos que desordenan intereses, que desplazan preguntas. El
conflicto del SUTUC, motociclistas organizados encarando a las
autoridades, el skateboarding como objeto de discordia, la represión
policial a los jóvenes...
Un nuevo hecho de violencia me obligó a retomar estos apuntes sin pensar mucho. Pese
a acumular años de homicidios, balaceras y violencia en nuestro
estado, es difícil que no conmocionen casos como el asesinato de
Alitzel, estudiante de 18 años que una noche desapareció, y a la
madrugada siguiente fue encontrada muerta. Los informe de la prensa
no son constantes en detalle, pero lo que parece seguro es que fue un
atentado violento: signos de violación, golpes, la ropa destrozada y
herida de arma blanca en el cuello.
El
pueblo de Quesería -de donde era originaria la joven- salió con
rabia y dolor a despedirla, exigiendo justicia como pudo.
Este
año falleció otra joven estudiante asesinada, en su propia casa, a
manos de su pareja. También hemos conocido el caso de dos mujeres,
madre e hija, apuñaladas por un sujeto que mantenía una relación
íntima con esta familia.
¿Cómo
dar cuenta de estos episodios que parecieran darse en un lugar donde
no se puede confiar en nadie?
En
el 2011 vivimos otro episodio lamentable, una estudiante del
bachillerato 2, fue encontrada muerta en un canal de riego. Estaba
rapada.
La
sociedad se conmovió, los ciudadanos se vistieron de blanco y con
rosas en la mano marcharon para exigir justicia. Cuando llegaron a
Palacio de Gobierno, encontraron las puertas cerradas y dejaron las
flores en la entrada.
En
menos de 15 días la Procuraduría anunció haber encontrado a los
culpables, y se les dio formal prisión en medio de algunas
inconsistencias de la versión, una de ellas, la supuesta tortura a
la que fue sometido uno de los señalados que se declaró culpable.
Alitzel,
Karina, Andrea, Lorena... ¿Cuántos nombres de futuros robados, de
tragedias instaladas existen en los más de 700 homicidios que van en
los últimos cuatro años?
La
violencia nos alcanzó a grados que no hubiéramos imaginado hasta
hace poco tiempo, y ya ha tocado a las altas esferas del poder
político: un exgobernador asesinado, un funcionario de la Policía
Estatal, de policías municipales, y el entonces coordinador de
asesores de Gobierno del Estado.
En
este cuadro no es morbo atender el instalado rumor de que el
gobernador Mario Anguiano vivió por un tiempo en la zona militar,
presuntamente para resguardarse de riesgos o amenazas.
Un
último caso paradigmático es el del sacerdote José Flores, quien a
sus 83 años fue muerto a golpes al interior del templo donde
oficiaba.
Este
hecho cimbró a la población, pues con una larga trayectoria de
sacerdocio, José era figura conocida por diversas generaciones de
las familias colimenses, que con una arraigada cultura católica, no
pudieron dejar ver este hecho como un suceso más, lo que sumado a la
estructura de la institución religiosa, volcó a 5 mil personas a
marchar en las calles y participar en una misa pública para pedir
paz y justicia en el estado.
Hasta
la fecha, ningún otro episodio de violencia ha provocado tal
movilización, ni tampoco tan enérgica respuesta de estructuras
poderosas como la de la iglesia o algún partido político.
¿Cuáles
muertos son los que valen? ¿Por qué, cuando la ciudadanía marchó
por Andrea las puertas del recinto oficial de gobierno estaban
cerradas? ¿Por qué, cuando marcha la iglesia se le dispone el uso
de espacios públicos? ¿Para unos si hay reconocimiento y para otros
no?
Las
organizaciones que defienden los derechos de la mujer llevan meses
insistiendo en que el gobierno debe declara alerta de género para
atender los hechos que se han conocido en últimas fechas. A ellas
tampoco se les escucha, se les oye, pero parece que nada más por
rutina política, pues se recurre a todo tipo de malabares
conceptuales y técnicos para evitar esta declaratoria. ¿Por qué
hay una negativa tan absurda a reconocer una realidad que le está
estallando en las manos a las autoridades?
Los
hechos de violencia que conocemos es por la prensa o por los rumores,
pues el gobierno responde con hermetismo a la alerta social, y
además, gasta sendas energías y recursos en tratar de instalar en
la opinión pública un panorama de tranquilidad y progreso, en medio
de lo que parece ser descomposición.
En
los comunicados oficiales se combate al crimen, se captura
consumidores de droga o jóvenes que portan churros. Se persigue al
que tiene facha de cholo, se detiene al sospechoso al criterio del
policía, y por si fuera poco, el abuso de autoridad es pretexto para
levantar sanciones administrativas a diestra y siniestra por la
ciudad. Y es que bien ha declarado un funcionario estatal cómo
entiende este gobierno el combate a la inseguridad: todos los
ciudadanos somos potenciales delincuentes.
¿Nos
vemos a nosotros mismos también como delincuentes? O, como sugieren
algunos, ¿la violencia viene de fuera? ¿porqué se instala contra
los habitantes que nada tienen que ver con el mundo del crimen? ¿por
qué jóvenes, por qué mujeres?
La
respuesta a estas preguntas es más complicada de lo que parece, y es necesario rechazar las hipótesis simples de la falta de valores, "la pelea por la plaza" o los estragos del capitalismo.
Pero parece que no hay tiempo para largas reflexiones, urge desinstalar este
clima de que vivimos en un territorio constantemente amenazado por
el crimen y la delincuencia, pero también, por la ineficacia, el
autoritarismo y la fragmentación de nuestros intereses y voluntades. Parece que nos comenzamos a acostumbrar y tomar el miedo y la sangre como parte de nuestra realidad.
Cuando
la iglesia marchó (o convocó a marchar) muchos le negaron la
palabra, hubiera sido bueno mejor arrebatársela. Mientras sigámonos negando a los otros, seguiremos abonando a esta realidad de silencios y muertes que conmocionan, pero que nada cambian.
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