Pongo a circular este
borrador de notas sobre la cultura juvenil para sondear mis reflexiones, abrir debate y poder replantear una deuda que
tengo sobre un abanico de prácticas y estéticas que ya dinamitaron
la tradicional dinámica sociocultural en Colima.
Rock,
Ska, marihuana, caguamas, se contraponen a la banda, el wisky y la
cocaína. Pero más allá de las formas y detalles, en estos espacios
y expresiones se debate una transformación social hasta ahora
indecible, y en la que está en juego la capacidad de que el cambio
de estafeta generacional sea efectivo, más que una reproducción de
valores y costumbres lineales.
Aclaro que entiendo
lo alternativo como un espacio opuesto o fuera de la oferta dominante, que en
este caso corresponde a una industria de la diversión y el
esparcimiento (o consumo cultural) caracterizada por el predominio
comercial y masivo de la música de banda en grandes espectáculos y
en enormes restaurantes que se convierten en cantina. A la par
también domina este sector la industria de las discotecas y bares,
la mayoría ofertan música de otros estilos, como electrónico o
pop, aunque también hay ambientes como rock y recientemente las
variantes cumbiancheras.
Lo
dominante
A
la par, también domina este sector la industria de las discotecas y
bares, la mayoría ofertan música de otros estilos, como electrónico
o pop, aunque también hay ambientes como rock y recientemente
variantes cumbiancheras. Y es que la diversidad de estilos es tan
evidente, que el tipo de mercado actual tuvo que absorberla para
seguir creciendo.
Pero
aunque podamos clasificar espacios y estilos por género musical, lo
cierto es que las dinámicas son convergentes y hasta híbridas, pues
quien hoy asiste al antro de moda mañana se pone vaquero y va a un
concierto de música ranchera o de banda.
Por
lo regular la convergencia social se da en espectáculos masivos, un
concierto en un palenque por ejemplo, pero no en una jaripeada
regular (aunque las de la Villa sí). Muchas personas también
convergen en espacios de rock, y este público es un poco más
celoso, pues le reclama incongruencia a quien se la pasa escuchando
banda y un día decide ir a ver a los Caifanes.
Pero
no todos son “cosmopolitas”, sectores con poder adquisitivo
pueden ponerse las botas un día y asistir a un concierto de música
popular y mezclarse con una cultura que para algunos de ellos, tiene
un nivel un bajo nivel de civilización, y sin embargo, repiten
patrones como el machismo, el individualismo y los excesos
desgarradores.
Por
otra parte, hay quienes pueden hacerse presentes en un evento de
música popular, pero por gusto o por limitaciones, no acceden a la
oferta dominante de consumo ordinario los fines de semana. Pero
tienen otros espacios, cada vez más limitados, pues a diferencia de
hace algunos años, ahora es restringido tomar en jardines públicos,
lo que es una práctica habitual de la juventud colimense, al menos
en las generaciones que comienzan a salir a las calles a buscar
diferenciarse, convivir y tomar algunos tragos.
La
oferta de bares y discotecas mayormente se concentran al norte de la
ciudad, así como los llamados “after party”, que a diferencia de
largas fiestas como las rave, estas se desarrollan dentro de la misma
ciudad, incluso en casas.
EMERGENTES
De
una manera que cada vez es menos “under” encontramos un número
importante de bandas de rock, reggae, ska y otros estilos, las que
hace apenas unos años contaban con pocos espacios (casi nulos) para
mostrarse en público.
A
pesar de que a finales de los noventa e inicios del año dos mil hubo
cierto auge o potencia de la cultura musical alternativa, se abrió
un impasse que difuminó de lo público la variedad de opciones de
producción y recreación en este ámbito.
Pero
esto comenzó a resolverse con la opción de los bares, por ejemplo
el 1800, el Mesón de Villa, posteriormente y de forma más comercial
el “Idols” y en ocasiones la Chopería. Bandas y bares se “hacían
el paro” mutuamente, pues mientras para unos se abría un espacio
para mostrar repertorio, para los otros se posicionaba el negocio.
Esta
dinámica del bar, es la del espacio privado que suplía la ausencia
del público, pero también la falta de capacidad organizativa, de
formar frentes, de lo que alguna vez impregnó la cultura alternativa
bajo la consigna de tomar las calles (aunque en realidad era más un
recurso retórico pues el auge de toquines de rock, reggae y otros,
estuvo sostenido por instituciones que se vieron obligadas a soportar
tal irrupción, y de hecho cuando dejaron de apoyar con espacios,
permisos y equipo a estas presentaciones, fueron decayendo)
Entonces
tenemos una linea de tiempo que se puede generalizar como 1) auge 2)
impasse y 3) alternativas privadas.
Pero
aproximadamente a partir del año 2011 se abre una nueva fase, la
iniciativa juvenil rebasa la lógica del espacio privado negociado o
en alianza con el negocio, para abrir su propio espacio con mayor
tinte público. Muchos grupos en lugar de buscar la oportunidad de
tocar en el bar, están realizando sus propias fiestas en locales
privados.
En
el tramo de tiempo que toca a las generaciones jóvenes
contemporáneas al menos hay dos etapas: una donde encontramos
producción pero escasa circulación y escaso consumo (a pesar de que
el público consumidor existe), y después, otra fase donde comienzan
a abrirse espacios de circulación y consumo, principalmente bares o
tocadas armadas por terceros que invitan a las bandas a participar.
Una
tercer fase, que es donde me situaría para describir los movimientos
de la cultura juvenil alternativa, responde a la misma lógica de los
espacios privados, pero se potencian de forma diferente, es decir, ya
no es el bar o el creador del espacio el que da oportunidad a las
bandas, sino que son estas mismas las que en una especie de tejidos
incipientes de red, van abriendo espacios intermitentes para cumplir
con un objetivo muy puntual: mostrar su repertorio.
Detrás
de esto sin embargo, hay toda una dinámica de posicionamiento, de
creación de un público/mercado, y probablemente de financiamiento.
Hacia
el exterior esto va promoviendo condiciones para que, eventualmente,
este tipo de eventos sean más aceptados en las dinámicas y normas
sociales, y en ese sentido van transformándolas, pues por ejemplo, a
diferencia de los espacios dominantes donde circulan las bebidas
preparadas, las botellas de licor o la cerveza en lata y/o envases
pequeños, aquí mayormente circulan las caguamas o la cerveza en
vaso.
Otra
diferencia la encontramos en las drogas ilegales, en un espacio prima
el uso de cocaína o estimulantes como las tachas (este último sobre
todo en discotecas y eventos electrónicos), mientras en los otros lo
que predomina es la marihuana.
Lo
interesante es que estas dinámicas rechazan el discurso que algunos
integrantes de bandas de rock planteaban hace un par de años: que
los intereses de los grupos se sectorizan y no pueden ponerse de
acuerdo para abrir espacios en común. Con esto no quiero decir que
ahora las bandas se estén uniendo para construir fuerza política y
exigir su derecho al uso de espacios públicos, de hecho están lejos
de esto pues han optado por seguir abriendo espacios privados, lo
cual en cierta medida responde a la necesidad de no limitar el
consumo de alcohol y otros estupefacientes, de tener horarios más
adecuados al espíritu de la fiesta, y también a una baja
politización de conjunto.
Pero
no podemos recriminarle a estos grupos de jóvenes que conformen
bloques de fuerza para hacerse presentes en lo público ganando
espacios, hay escasa permisividad y doble moral, pues mientras en las
fiestas populares o los magnos eventos el alcohol circula como agua,
no se flexibilizan las autoridades de la misma forma en un concierto
de rock en un jardín.
Tomando
en cuenta esto, tiene sentido que los jóvenes migren dentro del
mismo ámbito privado, pero hay una diferencia entre la tocada de bar
y la fiesta organizada, la segunda es un espacio propio, con normas
flexibles y precios más accesibles. Algunas fiestas son
autogestivas, otras ya conforman redes con algunas empresas que
tienen su mercado en estos eventos.
En
estas agregaciones cada vez menos marginales se está fortaleciendo
es una red de intereses e identificaciones, una multitud que intenta
poner en común algo más allá de las meras ganas de escapar, de
consumir y olvidar, de configurar una destrucción momentánea del
propio ser como deseo realizado del incendio de un sistema de normas
y valores que limita. En otras palabras, buscando la autodestrucción
se abre un espacio de resistencia.
Articulaciones
finales, la transformación de la institucionalidad
La
dinámica también aparece en el ámbito universitario, las
tradicionales fiestas con banda, muchas veces patrocinadas por
actores políticos, si bien no se han abandonado, ahora conviven con
alternativas culturales, musicales y estéticas. La Boo Party es un
ejemplo, creada por estudiantes de la Facultad de Arquitectura y
Diseño, esta fiesta se ha institucionalizado ya como un evento de
gran convocatoria entre el estudiantado colimense.
Desde
la determinación oficial también encontramos estos impulsos,
principalmente provenientes de un cierto progresismo enclaustrado en
la secretaría de cultura, de ahí que tenemos el festival Zanate,
muestras de cine y documental, de danza y música, así como
iniciativas de apoyo a creadores locales, incluyendo poesía, rap o
pintura. Espacios públicos aún adornados y cernidos por formas
estatistas y oficiales, pero eso no podemos esperar sea roto por sí
mismo.
Pero
más allá de los límites de la secretaría de cultura no
encontramos novedades, ayuntamientos municipales y el propio gobierno
del estado, siguen entrampados en la repetición (no promoción) de
la circulación de una cultura popular-oficial, y es que si bien son
expresiones culturales que responden a tradiciones y costumbres
“propias” y de larga trayectoria histórica, su significado
fuerte es el que solo legitima un incuestionable y mítico poder de
las estructuras de autoridad, y de las autoridades mismas encarnadas
en el político en turno...
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