¿Evaluamos a nuestras autoridades?












 
¿Cómo podríamos evaluar a nuestros representantes populares? Se supone que un legislador debe proponer iniciativas de ley, puntos de acuerdo y debatir en tribuna, aquí tendríamos al menos tres indicadores para preguntarnos por la calidad del trabajo de nuestros diputados locales. Pues bien, en la actual legislatura estatal hay representantes que no destacan en nada, por ejemplo, Esteban Meneses y Martín Flores no presentaron ni una iniciativa ni un solo punto de acuerdo durante todo el primer periodo ordinario de sesiones, por su parte, Yulenny Cortés es quien más faltas registra y está en la lista de quienes menos propuestas ha presentado a la legislatura.

Respecto a los representantes federales (diputados y senadores) más de la mitad jamás se han subido a debatir a la tribuna, y hay quienes, como Arnoldo Ochoa, no registran ni un debate, ni una propuesta de ley o un punto de acuerdo presentado.

Con estas referencias podríamos decir que estos representantes no trabajan o trabajan muy poco, podríamos exigir multas, castigos o remociones y por el contrario, podríamos aplaudir y premiar el trabajo de quienes si han destacado. Pero esto sería medianamente injusto pues no tomaríamos en cuenta muchos factores que los expertos en trabajo político-legislativo nos señalarían, como es el hecho de que hay muchas iniciativas que si bien son presentadas por un(a) legislador(a), muchas veces los trabajos de elaboración y consenso corrieron a cargo de otros tantos y sus nombres no se registran siempre a la hora de hacer la presentación en el pleno. 

Por otra parte, si hiciéramos un análisis de las iniciativas que se presentan, estas pueden ser tan relevantes como una ley para tipificar el feminicido como delito penal, o bien, de menor trascendencia como el hecho de proponer la adición de alguna leyenda en los oficios expedidos por la administración pública estatal. Hay de propuestas a propuestas y a veces es mejor no presentar ninguna que tener 30 en el banco de datos.

Volviendo al caso del congreso local, bien podríamos pensar también en algún tipo de evaluación ciudadana, algo aún más complejo y ambigüo por la diversidad de interpretaciones e intereses. Pero podemos tomar un ejemplo en materia de transparencia, mostrando los propios datos recolectados por el sitio web del congreso a partir de la opinión de quienes solicitaron algún tipo de información:





Y si nos pasamos al ámbito de la práctica gubernamental las cosas no andan tan bien, pues pese a los galardones y avances que se anuncian, la transparencia en nuestro estado es un problema que ya ha estallado en la estructura de la administración pública, recientemente el alcalde de Comala denunció que su municipio perdió 5 millones de pesos porque estaban previstos para que se ejercieran en el año 2012, sin embargo, “en virtud de que el Gobierno del Estado no aclaró el uso de los recursos, el Ayuntamiento de Comala, no recibió su premio”. 

En un estudio que realiza Transparencia mexicana sobre los procesos de adquisición de bienes y servicios que realizan los gobiernos estatales, Colima tiene niveles muy deficientes de transparencia y eficacia pues la ley no obliga a las dependencias a evaluar la viabilidad del cumplimiento de sus metas y objetivos, se permite realizar adjudicaciones directas de compras con el argumento de “evitar costos adicionales” y las prácticas de colusión no están previstas en la ley.









Pese a lo que se presuma, Colima aun es un estado opaco y poco se va a avanzar montando espectaculares y apapachando a los servidores públicos. No contamos con una ley de evaluación de la administración pública ni con indicadores de desempeño de funcionarios y dependencias para poder ser sometidos a control externo, independiente y ciudadano; peor aún, por lo regular se gastan miles y millones de pesos en evaluar el cumplimiento de metas que jamás se ponen a reflexión, es decir, si el objetivo es construir 10 carreteras y se cumple, entonces se evalúa con éxito el ejercicio gubernamental, no importando si el asfalto fue de buena calidad, cuántas áreas verdes se destruyeron, cuánto impacto recibió el suelo y las áreas aledañas ni cuantos problemas ocasionó durante su construcción: ahí tenemos como ejemplo el interminable tercer anillo periférico.

Si nos pusiéramos a evaluar a nuestros gobernantes es muy probable que tanto actores como procesos salieran reprobados, sin embargo, hay que aceptar lo complejo que es calcular el éxito, la calidad o eficacia sobre todo si no tenemos la participación de los involucrados y su conocimiento del contexto de trabajo, si no incorporamos múltiples variables y las sometemos a análisis rigurosos pero sin dejar de preguntarnos en función de qué. Esto es lo que subyace al enorme rechazo de la evaluación magisterial recién aprobada por los poderes federales, y avalada aquí, por un montón de funcionarios y representantes que lejos están de ser expertos en educación, más lejos aún de ser inteligentes para realizar mediciones de trabajo, y que muy seguramente, serían los primeros en ser despedidos por ineficientes.
 








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