¿Imposibilidades de lo social?

En una histórica y masiva convocatoria, 5 mil ciudadanos de la ciudad de Colima marcharon en una procesión civil-religiosa para clamar por la paz y la justicia en un territorio azotado por la violencia y la inseguridad. Relevante el evento resulta por su llamado de atención, por el poder del mensaje y el ritual, pero sobre todo por el debate que abre y cómo deja entrever que el autoritarismo también pasa por las actitudes progresistas. 

Parte 1: reflexiones de una marcha, sensaciones de una fe





La madrugada del 6 de febrero, la población (principalmente católica) de la capital del Estado de Colima, fue sacudida con la noticia del fallecimiento del sacerdote Flores Preciado, quien murió a causa de los golpes recibidos durante un asalto al templo bajo su cargo. Una semana antes, en el municipio de Tecomán del mismo Estado, fue sepultado el cuerpo de una niña de 11 años, quien después de desaparecida fue encontrada con marcas de quemaduras, golpes y tortura.

Seguramente estos dos hechos consecutivos, sobre todo el del sacerdote, tocaron fibras sensibles de la ciudadanía (fibras que parecen ocultas ante una normalización del lenguaje de la violencia). El sábado 16 de febrero, se registra una de las movilizaciones civiles más numerosas en la historia del Estado, alrededor de 5 mil ciudadanos, aparentemente todos de filiación católica, marcharon en silencio para pedir paz y justicia. El obispo dijo que el silencio es una opción cuando las palabras parecen desgastadas.




Las opiniones encontradas no tardaron en salir:

-    ¿Qué gran poder de convocatoria tiene la iglesia!
- Esto es expresión de una sociedad conservadora
-       Solo usan la fe de los católicos
-       Les faltó politización
-   Todo es un engaño, esa institución se colude con el Estado y el capitalismo

La validez general de muchos de estos comentarios tienen su fundamento, pero creo que la mayoría están descolocados y siguen lecturas desprendidas de escenarios demasiado rígidos, voluntaristas e incluso idealizados. La realidad exige rigor (no rigidez), lo que si bien implica hacer uso de estructuras y marcos de lectura, nos exige estamparlos en la realidad concreta, tenemos la lastimosa manía de descartar interlocutores siendo presas de nuestros fantasmas, corremos de la objetividad pretendiendo abrazarla.


      ¿Es descalificable una fe por el solo hecho de no estar fundada en la razón?
  ¿Qué tan benéfico es generalizar un montón de relaciones y prácticas complejas y heterogéneas en la historia de las élites?
      ¿Quién sí y quién no está autorizado a poner temas sobre la agenda?


Y es que personalmente fue impactante presenciar una misa pública con alrededor de 2500 personas 
(marcha previa de 5mi), la imagen de una enorme congregación escuchando y quizás aceptando 
invitaciones a trabajar por la justicia mediante el amor, en medio de un sol ocultándose y un 
imponente escenario religioso que transformó el espacio público, me pone a re-pensar la crisis de 
sentido y pertenencia que nos ha empujado a la desconfianza eterna. Desde una mirada 
antropológica, resalto la utilidad o el valor del ritual, si queremos calificarlo, como elemento no 
racional, pero constitutivo de las prácticas generadoras o re-generadoras de lazos sociales.

Lo que quiero señalar, es que válida la interlocución o no, los problemas señalados en voz del Obispo católico son innegables, tanto como el hecho de que entre su comunidad de fieles, él es voz autorizada y reconocida para reverberarlos como muchos otros actores no han podido hacerlo: ruptura del tejido social, relaciones sociales torcidas, leyes convertidas en objeto utilitario y desechable (incluso por la misma iglesia), pérdida de referentes sólidos sobre normas generales de convivencia civilizada.

Nota al pie de párrafo: entre los asistentes a la marcha me encontré un ex-sacerdote que ahora es historiador, de quién recuerdo sus comentarios sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe en México y su función mítica para fortalecer una dignidad indígena destrozada. ¿Si no hubo un factor o actor más que lo hiciera, dónde estaban las opciones históricas? ¿Quién lamenta los estragos si los frutos son placeres? 

La refutación de la incompletud política del acto civil-religioso que cito es necesaria, ¿dónde están las culpas y las causas? ¿Ha sido enteramente la decadencia moral el elemento que hoy convoca? Y es que aquí es donde cobran sentido muchas de las críticas a la convocatoria religiosa pues no había consignas de exigencia concreta, no hubo endoso de responsabilidades, no se abrió la posibilidad de proponer medidas civiles y generales, y por lo tanto laicas y políticas.

Más allá de la forma, más allá de los interlocutores, el problema de la violencia y la inseguridad en esta ciudad es gravísimo, por lo que desestimar actores solo ayuda a prolongar el verdadero debate. Para justificar mi mirada que califica al problema como grave, opto por abrir el panorama con una muy breve radiografía de datos:
En Colima desde hace algunos años la violencia y la inseguridad  se han convertido en uno de los principales problemas que azotan a la sociedad, y que también se explican por la sociedad misma. Ante esto el súbito aumento de elementos policiales, de armas y municiones, de videocámaras en las calles, de presencia militar, no han podido “poner orden” en un Estado que se jactaba de ser el territorio más seguro de la república.
No es la primera vez que episodios violentos y lamentables cimbran los cimientos de la seguridad; un exgobernador fue asesinado, así como quien el que era coordinador de asesores del actual gobierno. Los empresarios sufren la persecución de grupos criminales para extorsionarlos, lo que ha provocado bajas en la productividad de sectores económicos importantes como la exportación de limón.
Tan solo en 2012 se registraron más de 235 ejecutados, al menos quince levantones, cerca de 60 desapariciones y un sinnúmero de hechos violentos. Señala el periódico Avanzada: “si se suman los casos de los dos años anteriores del gobierno que encabeza Mario Anguiano Moreno, las cifras se disparan a más de 528 asesinatos en Colima en medio de la lucha contra el narcotráfico, 44 levantados y al menos una centena de desaparecidos… En los últimos 7 años, los homicidios en el estado de Colima se incrementaron más de 300 por ciento”. De 10 municipios que componen este Estado, 4 se encuentran entre los 200 municipios más violentos del país.
En el año 2011 se creó la secretaría de Seguridad Pública (con un perfil miliar al mando), a un año de su funcionamiento las denuncias que ha recibido ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos aumentaron 200%. La Procuraduría General de Justicia del Estado es la institución más denunciada, y desde el 2009 hasta el 2012 las acusaciones han subido en 395%.
Y si hablamos de violencias, las prácticas del crimen organizado no son la única señal de alarma. En 2012 Colima ocupó el tercer lugar en violencia intrafamiliar, y fue quinto lugar nacional en violencia contra la mujer en 2011. Las cifras de violencia escolar (que no lo mismo que bullying) tampoco son tranquilizadoras.

Por dónde pasan las imposibilidades:
Aquí es donde me aventura a explorar una hipótesis. Si hasta hace algunos años Colima era considerado el Estado más seguro, esto era en parte gracias al férreo control del Estado, como una especie de rectorado de las actividades ilegales de muchos grupos, pero también, ejerciendo un fuerte control social basado en el autoritarismo.
Desde este punto, ahora que las cosas se salen de control, me gustaría señalar que el primer efecto es el aumento del autoritarismo, como respuesta casi automática y mecánica al desorden. Lo preocupante es que aquí ya no me refiero solo al autoritarismo del gobierno-Estado, sino al que ejerce la ciudadanía, incluso los sectores progresistas.
De una manera simple, con autoritarismo me refiero a una actitud que funda tautológicamente la autoridad, ya sea ética, política, revolucionaria, etc. De esta forma, solo aceptamos a ciertos actores y a ciertas formas como autoridades válidas para hablar de un tema, para señalar un problema o para participar en el proceso de debate sociopolítico. Entonces, así como el Estado o los líderes gubernamentales y religiosos descalifican a la población fundando su autoridad en su mero estatus, lo mismo vendrían a hacer quienes desconocen la legitimidad de ciertas voces para solo hablar con los suyos. 
Que en medio de estos telones culturales que vuelven a nuestra sociedad impotente, aparezcan 5 mil personas imponiendo el peso del silencio entre excesos de palabrería, y llamen a trabajar por la justicia mediante el amor, es un mensaje que debe ser bienvenido y aplaudido, para inmediatamente ser arrebatado por distintas corrientes de pensamiento y filiación social, política, religiosa, éntnica, etc.
El hecho se aceptar el mensaje, de asentir la gravedad del tema y la necesidad de abordarlo no significa que sucumbamos ante quienes pretenden hegemonizar su tratamiento, pero cuando el tema comienza a imponerse sobre la mesa ¡Qué bueno! Ahora tenemos el camino abierto para debatir cómo lo miramos, y hacia dónde dirigimos nuestras fuerzas y estrategias.
La opinión pública es una mesa relativamente democrática, si alguien pone las cartas sobre la mesa, no significa necesariamente que sea quien las va a repartir, es más, ni siquiera que desde ahí se definan los jugadores.
Finalizo resumiendo el desorden de ideas en torno a los dos autoritarismos:
  • Autoritarismo estatal: control policial, militarización, mecanismos discriminatorios en la configuración de sospechosos, persecución de activistas y grupos vulnerables, control sobre las contestaciones al orden.

  • Autoritarismo social: descalificación de interlocutores, conformación de círculos gregarios sin mediaciones entre ellos más que las coyunturales, idealización de la inexistencia de mecanismos de mediación y representación que profundizan la atomización y el déficit de articulación social de un movimiento.

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